29 Abr TO THE WONDER
Esta semana pasada alguien me llevó al cine a ver la última de Malick. Reconozco que mi primera impresión al salir del cine, fue negativa, sobre todo porque es una de esas películas , que sentada en la butaca del cine, nunca encuentras la postura correcta para la visión de la misma, y yo no era la única que se revolvía en su butaca..
Fueron pasando los días y no podía dejar de pensar en las escenas, no llegaba a comprender del todo, los giros que nos ofrecía el director. La actitud de sus protagonistas frente al amor y el compromiso, se diluye en largas escenas a contraluz y en silencio, siempre en silencio.
Soy observadora y memorizando posteriormente las secuencias y revisando el material en la red, caí en la cuenta, de lo importante que es una buena escenografía.
La felicidad de la pareja protagonista gira en torno a la ciudad de París y la Isla de St. Michel. La vivienda que se supone que ocupan, es un piso, exterior a una bella plaza de París, con grandes ventanales y cortinas vaporosas, no se aprecia mucho más, pero la sensación que emana es de calidez, luz, belleza..
Su traslado a un pueblo de Oklahoma, que es donde el protagonista trabaja, genera angustia en cuanto aparecen las primeras imágenes, y esas imágenes, se centran en torno al hogar que ocuparán. Nada que ver con las casas a las que nos tiene acostumbrados el cine americano. El hogar de los protagonistas, es una casa de diseño moderno, en ladrillo, con un cercado muy alto de madera, en medio de la nada y con decoración inexistente. Una casa con los muebles justos, para las necesidades básicas. Una casa impersonal, fría. Ahí es donde el amor se pierde, se diluye y desaparece.
La cara es el espejo del alma, nuestra casa también, y el cine, nos pone en bandeja distintas vidas, distintos interiores, porque, es imposible conocer a una persona, si no has visto su casa…
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